Los coches eléctricos fueron fundamentales en los comienzos de la historia del automóvil, aunque luego vendría una larga travesía del desierto…
No era fácil. Nada fácil. De hecho, conducir los primeros “automóviles” a gasolina era complejo y pesado. El motor de combustión interna requería múltiples y constantes ajustes, ya fuera de la ignición, la mezcla exacta aire-combustible o la lubricación, que debía hacerse a mano cada pocos kilómetros. Por no hablar del estresante y confuso cambio de marchas o la dichosa manivela de arranque. A muchos preocupaba también el depósito lleno de combustible explosivo. Completaban el panorama los chirridos, traqueteos y vibraciones, los malos olores y los humos del artefacto. ¿Esto era el sustituto del caballo? Para muchos, el camino correcto era otro – bienvenidos a la historia de los coches eléctricos…
Con todos estos inconvenientes, la gasolina no se consolidó enseguida como la fuente más evidente de energía para los coches. Desde que en enero de 1886 Carl Benz patentara el primer automóvil de la historia con motor de combustión interna, esta tecnología estuvo compitiendo durante años con otras alternativas. Algunas, como los motores hidráulicos o de aire comprimido, eran más utópicas que otra cosa. Pero hubo dos especialmente pujantes…
La primera naturalmente venía siendo el vapor, una tecnología sencilla y confiable que se había mostrado imbatible en las fábricas y para el ferrocarril. Sin embargo, para el transporte personal se antojaba incómoda… primero había que esperar unos 45 minutos a que la caldera alcanzase la presión adecuada y luego el vehículo debía llevar consigo el combustible (madera, carbón o keroseno) y el agua necesaria, que debía reponerse tras pocas decenas de kilómetros: consumos de hasta 3 litros por kilómetro no eran nada raros.
No, el vapor no parecía adecuado. En estos primeros años la gran alternativa a la gasolina fueron los coches eléctricos. La tecnología no era nueva y ya en los años ’30 del siglo XIX se habían hecho experimentos para mover vehículos con electricidad sobre raíles en Escocia, EEUU o Alemania. Y hacia 1880 ya se hicieron los primeros intentos de electrificar carrozas. Así que para finales de siglo la tecnología ya era bastante madura como para ofrecerse a quien pudiera permitírselo, es decir, sobre todo millonarios que usaban el automóvil en eventos deportivos o para trayectos más o menos cortos dentro de las ciudades.
Triunfos…
A pesar de su menor velocidad y autonomía, los eléctricos contraponían a las desventajas mencionadas en el primer párrafo, una marcha bastante silenciosa, no olían mal ni producían humos y eran más fiables y sencillos de manejar – y también de mantener. Así que no es de extrañar que durante unos años pareció que se comerían el mundo. Las señales y los hitos desde luego les auguraban un futuro brillante…
En 1896 tuvo lugar en EEUU la primera carrera de coches. De los seis participantes, cinco eran de gasolina y uno eléctrico que… exacto… acabó ganando. Un par de años más tarde, un piloto francés establecía con un coche eléctrico el primer récord oficial de velocidad para vehículos terrestres. Meses más tarde, en marzo de 1899, el piloto Camile Jenatzi era el primer ser humano que superaba los 100 km/h a bordo de… lo habéis adivinado de nuevo… un coche eléctrico, apodado “La Jamais Contente” o “la nunca satisfecha”.
Mas estadísticas de esta época corroboran el ambiente propicio para los eléctricos, entonces muchos pensaron que la historia del coche eléctrico sería una marcha triunfal… en 1900 en Estados Unidos había registrados 4.192 vehículos, de los cuales sólo 936 tenían un motor de gasolina y 1.681 lo hacían con vapor, mientras que 1.575 eran eléctricos – un 38% del total. En este año hubo doce compañías americanas dedicadas a fabricar coches eléctricos, cuyas autonomías llegaban hasta los 70 kilómetros con velocidades de hasta 40 km/h, cifras que entonces se antojaban suficientes, sobre todo en las grandes ciudades como Nueva York, donde hasta el 50% de los coches (entre ellos muchos taxis) llegaron a ser eléctricos.
…y derrotas
El apogeo en la historia de los coches eléctricos en EEUU llegó en 1912, año en que 20 fabricantes produjeron 33.482 unidades, aunque el porcentaje sobre el total de coches producidos ya se había dado la vuelta y apenas era un 9% del total… y apenas un par de años más tarde los eléctricos se contentaban con un 1% de las ventas. El anuncio de la compañía Studebaker Electric al cesar su producción lo dice todo: “La producción de automóviles eléctricos en South Bend ha terminado… se ha llevado a cabo durante nueve años sin mucho éxito y, en última instancia, la superioridad del automóvil de gasolina es evidente”. Y tanto…
El primer hito en el fulgurante ascenso del motor de gasolina fue la aparición del Mercedes Simplex en 1902. De acuerdo, la lubricación seguía siendo por goteo y había que controlarla constantemente, la compresión en los cilindros se generaba a mano y la manivela de arranque aún era indispensable para poner en marcha el monstruo con su volante de inercia de 40kg. Aún así, con el Simplex se decía adiós a las “carrozas sin caballos” y (visualmente y en manejabilidad) llegaba el automóvil moderno.
Luego en 1908 apareció el Ford T y con él los automóviles de gasolina se volvieron de repente asequibles para el ciudadano medio y desde luego mucho más baratos que los eléctricos, que no pudieron bajar sus costes de producción al mismo ritmo. El T consumía entre 11 y 18 litros/100 km y con su tanque de 38 litros esto daba una autonomía de más de 300 kilómetros, lo que suponía más del triple que un eléctrico.
El remate final
Cuatro años más tarde Charles Kettering patentaba el motor de arranque eléctrico y Cadillac lo instalaba por primera vez en un automóvil de serie, con lo que se eliminaba uno de los últimos y más engorrosos sacrificios exigidos por los motores de combustión interna: accionar la manivela de arranque antes de cada viaje. Al mismo tiempo, se extendía el uso del silenciador, con lo que se reducía el ruido emitido por los tubos de escape.
En estos años se descubrían además inmensas reservas de petróleo en EEUU y en otras partes del mundo y el precio de la gasolina se estabilizaba, a la vez que la red de gasolineras se iba extendiendo. Pronto la red de carreteras también se iría ampliando con lo que la autonomía de los eléctricos se quedó proporcionalmente limitada y la mayoría de fabricantes abandonó la producción.
La historia del coche eléctrico se detiene provisionalmente aquí. Durante décadas el mundo se olvidó de la electricidad como fuente para propulsar vehículos personales. Los motores eléctricos quedaron para trenes, tranvías y “trolebuses”. Incluso a pesar de las crisis del petróleo de 1973 y 1979, con los precios disparados, se buscó mejorar la eficiencia de los motores de gasolina y diesel, pero las energías alternativas no cuajaron. Era la época en que se podía fumar dentro de los aviones y en todo espacio público, quién iba a pensar en eliminar los humos de las ciudades…
Dejo aquí no obstante algunos intentos de mantener viva la llama en los peores momentos de la historia de los coches eléctricos. Y a continuación os invito a leer la conclusión…
Conclusión
El nuevo arranque de la historia de los coches eléctricos se empezó a gestar en los años ’90. Por un lado, las guerras del Golfo y la inestabilidad geopolítica llevaron el precio del petróleo en volandas a rozar los 150 dólares/barril. Al mismo tiempo, se consolidaban la preocupación por el medioambiente y el interés en frenar el calentamiento global. Acaso aviones, barcos e industria contaminen más que el transporte por carretera, pero se impuso un cierto consenso en que la quema masiva de carbón y petróleo eran las causas últimas de la contaminación.
Los precios del petróleo volvieron a caer, pero para entonces ya se habían lanzado grandes proyectos de coches eléctricos e híbridos cuya suavidad, silencio y potencia resultaban de nuevo atractivos como alternativa a los motores de combustión interna. El escándalo del engaño masivo de algunos fabricantes de automóviles en las emisiones de sus motores diesel también contribuyó a que se hablara y mucho del coche eléctrico y a que casi todas las marcas aceleraran sus planes de desarrollo de coches eléctricos, acaso con vistas a darle el papel protagonista que perdieron 100 años atrás.
DH