Así fue la corta e intensa historia de los Bentley Boys y su lider, el carismático Woolf Barnato, promotores de la leyenda de la marca británica…
El mundo entró en shock en 1929 tras el crac de Wall Street, con sus grandes titulares, suicidios y todo: se acababan abruptamente “the roaring twenties”, los rugientes años veinte que habían sido el enorme suspiro colectivo de alivio por el final de la guerra, una época de prosperidad, chicas con pelo corto y pantalones, art decó y jazz. Y de metrópolis superchic como Nueva York, Berlín o Londres. Terminaba una época, y de qué manera… en EEUU entre 1929 y 1932 los precios cayeron un tercio y la producción industrial a la mitad.
En Gran Bretaña se duplica el desempleo, que en algunas ciudades llega al 70%. Mucha gente abandona las ciudades para buscar comida o trabajar de jornalero en el campo. Otros también buscan escapar, pero por motivos bien diferentes… Así es, como cada invierno los adinerados y aristócratas ingleses se desplazan al sur de Francia a disfrutar del buen tiempo, huyendo del frío y la humedad de las islas británicas. Y muchos lo hacen del modo más chic: a bordo del “Blue Train”, el ferrocarril que entre noviembre y abril hace su ruta entre Calais y la Riviera italofrancesa – última estación, Ventimiglia.
El tren tarda 20 horas en hacer su recorrido y como quiera que en esta época la tecnología moderna y especialmente los automóviles tienen a todos encandilados, algunos se plantean intentar batir al tren con un coche. Y por fin en 1930 lo lograrán dos veces: primero con un Rover, que llegaría a Calais 20 minutos antes, y luego con un Alvis que vencería al tren con tres horas de ventaja. Y llegamos así a la apacible tarde del 12 de marzo de 1930.
La Apuesta
A bordo de un yate amarrado frente a la playa de Cannes en la Côte d’Azur, unos caballeros británicos disfrutan de sus copas en medio de una animada charla, hablando… pues de sus cositas, mientras contemplan la por entonces impecable y casi virgen línea de playa, dominada por el imponente edificio del Hotel Carlton, precioso, coronado con dos cúpulas diseñadas según cuentan para asemejarse a los pechos de La Bella Otero, famosa bailarina y cortesana de la época – sí, una cortesana es lo que pensáis.
En fin, en el grupo destaca un hombre en particular… es apuesto y (muy) fornido, se llama Woolf Barnato y tiene a todos encandilados con su magnético carisma y cuando la conversación llega a los coches enseguida sale el tema del dichoso Train Bleu (qué bien suena todo en francés) y Barnato piensa que puede ir más allá y plantea una apuesta.
Concretamente, se juega 200 Libras Esterlinas (unos miles de Euros) a que él es capaz de llegar con su Bentley a la puerta del Conservative Club de St. James Street, en Londres, antes de que el tren llegue a Calais, saliendo, claro está, los dos al mismo tiempo desde Cannes. Y dicho y hecho, el día siguiente a las 17.45 Barnato y su amiguete Dale Bourne se terminan como quien dice sus copas, salen del bar del Carlton, se suben al Bentley de Barnato y se lanzan a la carretera a tumba abierta al mismo tiempo que el Train Bleu comienza a dejar su estela de humo en la estación de Cannes.
Los Bentley Boys
Barnato y su colega formaban parte de un grupo de unos dieciséis ricos automovilistas británicos aficionados a la marca creada unos años atrás por W.O. Bentley. Bon vivants y duros pilotos al mismo tiempo, fueron más que simples simpatizantes, ya que aparte de comprar coches de la marca también corrieron con ellos en eventos deportivos relevantes y con sus victorias cimentaron la leyenda. Y es que desde el principio Bentley hizo participar a sus coches en carreras antes de sacarlos a la venta, para comprobar (y demostrar a todos) su dureza y fiabilidad.
Así, cuando en 1922 se entregó el primer Bentley, la marca ya se había hecho un nombre en los circuitos de medio mundo, participando ese mismo año en una nueva carrera… duraba 24 horas y se celebraba en un pequeño pueblo perdido en el centro de Francia llamado Le Mans. Pero no todo fue fácil para W.O., como lo llamaba todo el mundo, ya que sus coches eran muy sofisticados, fabricados artesanalmente en la modesta fábrica de ladrillo de Cricklewood, de la que salían unos 300 al año y a este ritmo los costes eran muy altos y los márgenes muy bajos.
Como suele suceder, Bentley era un magnífico ingeniero pero no tan buen hombre de negocios, y así fue cómo en 1925 entró en escena nuestro Woolf Barnato y sobre todo su dinero. Al enterarse Barnato de que su marca favorita suspendía pagos, no se lo pensó (o a lo mejor sí, pero no tanto) y compró una parte, convirtiéndose en el nuevo dueño y dejando a W.O. como director general.
Bajo el mando de Barnato siguieron los años dorados de Bentley, que además logró destacados éxitos deportivos entre los que destacan el apabullante dominio en Le Mans, que ganó cinco veces. La icónica carrera quedaría así ligada para siempre a los coches pintados en british racing green que su competidor más cercano en esa época, Ettore Bugatti, denominó “los camiones más rápidos del mundo”: su dureza y fiabilidad contrastaban con la elegancia y ligereza de los coches franceses.
Pero a pesar de que Barnato siguió inyectando dinero sin límite, la empresa seguía siendo frágil y el crac del ‘29 fue la gota que colmó el vaso. Llegó así el momento de cortar el grifo y dejar de financiar este negocio inviable y en 1931 por fin Rolls Royce se daba el gustazo de engullir a su competidor más cercano. W.O. se queda durante un tiempo antes de abandonar él también el barco.
Woolf Barnato
Alto. Fuerte. Cautivador. Y muy rico. Cuentan que las madres se cuidaban muy mucho de que sus chicas “bien” no sucumbieran a los encantos de Woolf Barnato, que eran muchos. Su padre fue un “self made man” que se había enriquecido en el negocio de las minas de diamantes en Sudáfrica que desgraciadamente no pudo disfrutar mucho de su dinero, porque cayó al mar durante una travesía en barco. Woolf tenía dos años cuando su padre murió, así que heredó todo a una edad muy temprana, estudió en Cambridge donde se labró una reputación como boxeador y en la guerra sirvió en Palestina, pero una vez terminadas las hostilidades, se dedicó a lo que más le gustaba: yes, cars & girls.
Barnato fijó su “cuartel general” en una mansión de campo inglesa de principios del siglo XX donde anduvieron entrando y saliendo sus colegas, el resto de los Bentley Boys, durante la interminable fiesta que supusieron para ellos los años veinte. Partidas de caza, carreras de coches, fiestas nocturnas… esas paredes vieron de todo, pero si las paredes hablaran ya no podrían contarnos nada, porque una noche de marzo de 1933 un incendio devoró todo el imponente edificio, que no fue reconstruido.
Pero a pesar de la frivolidad de la vida que llevó Barnato fue un grandísimo piloto de carreras y nada menos que tres victorias en Le Mans lo atestiguan. Habiendo luchado por su país nuevamente en la Segunda Guerra mundial una trombosis acabó con su vida cuando contaba tan sólo 53 años, pero supongo que para este tipo de personas se acuñó la frase “que me quiten lo bailao”.
Epílogo
¿Y cómo se solventó la apuesta? Pues como ya hemos dicho, Barnato y su colega salieron disparados de Cannes a las 17.45. Ni podemos imaginarnos cómo eran las “carreteras” entre comillas en aquella época pero es seguro que no había autopistas, que todas las vías eran de doble dirección y que, bueno, muy pocas estaban asfaltadas. Cuentan que hasta Lyon todo fue sin novedad y que desde allí el coche siguió avanzando veloz en la noche, a pesar de la lluvia torrencial.
Se acordaron sitios fijos donde repostar pero a las 4.20 en Auxerre el repostaje dio problemas. Más tarde, por el centro de Francia encontraron niebla y al salir de París tuvieron un pinchazo. En fin, alcanzaron el puerto de Boulogne a las 10.30, tomaron el ferry para cruzar el Canal de la Mancha a las 11.30 y llegaron finalmente al Conservative Club de Londres a las 15.20, cuatro minutos antes de que el Train Bleu llegara a su destino en Calais.
Por cierto que durante décadas los aficionados anduvieron engañados acerca de cuál fue el coche que ganó la famosa apuesta. Unos meses después de la hazaña, Barnato se compró un precioso Bentley con carrocería Sportsman Coupé muy llamativa para la época que llamó el “Blue Train Special” para conmemorar su hazaña y el pintor Terence Cuneo inmortalizó este coche en un cuadro, corriendo a toda pastilla al lado de un tren.
El nombre de este coche y el dichoso cuadro hicieron que durante mucho tiempo se pensara que Barnato iba a bordo de este Coupé cuando batió al tren y sólo un análisis profundo de los detalles del diario de Barnato aclaró años después que el coche de la apuesta era una limusina más normal. Menos mal que siempre hay una persona apasionada y con tiempo para aclararnos los grandes dilemas de la historia.
La marca Bentley sigue siendo hoy en día una de las más valiosas del panorama automovilístico y su astuto departamento de marketing ha sacado a la luz y puesto de moda todo este asunto del Train Bleu y de los Bentley Boys y, bueno, según los libros de marketing hay varias maneras de promocionar una marca a través del famoso boca a boca y entre ellas está la de rememorar o a veces “edulcorar” una buena historia en torno a una marca para que la gente la vaya contando por ahí y así hacerla legendaria. Pero por otro lado, gracias a ello estamos rescatando la leyenda del olvido.
DH
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