La historia de la gasolina es la del automóvil, aunque acaso el fluido que mueve nuestros sueños encarna su faceta más sucia y polémica…
Para los entusiastas es como un ritual. Abrir el depósito, repostar, el surtidor bombea el preciado líquido en el tanque, pagamos, nos sentamos al volante, ponemos el cuenta kilómetros a cero y ya sólo queda arrancar y salir haciendo rugir el motor, dejando atrás una nube de polvo y el sol despuntando al amanecer. La historia de la gasolina es la del motor. Para los aficionados a los coches, ha formado parte de nuestra pasión. Es el fluido milagroso que mueve nuestros sueños. La gasolina corre por sus venas, dicen. Hasta disfrutamos con su olor. Me gusta la gasolina. Dame más gasolina.
Pero ésta no fue la primer forma lógica e inmediata de mover los automóviles. En 1900 en Estados Unidos había registrados 4.192 vehículos, de los cuales sólo 936 se movían con un motor de gasolina, 1.681 lo hacían con vapor y 1.575 eran eléctricos. Como contaba el pionero Alexander Winton en un artículo años más tarde, en aquellos primeros años surgieron muchas formas de mover un vehículo. Ya fuera con vapor, electricidad, gas natural comprimido e incluso hubo alguno con resorte, almacenando energía cuesta abajo y usándola cuesta arriba. Pero al final triunfó la gasolina porque según Winton “era limpia, segura y fiable.” Bueno, ni era tan limpia ni su consolidación fue tan sencilla.
Los comienzos del petróleo
Llevamos quemando combustibles de origen fósil desde hace unos doscientos años. Carbón, gas natural y petróleo se formaron sobre todo a partir de algas descompuestas y sometidas durante millones de años a temperaturas elevadas bajo la presión de los sedimentos. Son sustancias con gran contenido energético y prácticamente mueven nuestro mundo. Y ya se sabe, su extracción y quema producen muertes prematuras y enfermedades de todo tipo, dañan el medio ambiente y son la mayor fuente no natural de dióxido de carbono, principal causante del cambio climático. Esto vaya también por delante en esta breve historia de la gasolina.
Existen vestigios del uso del petróleo desde hace milenios en Mesopotamia, donde ya se usaba para asfaltar las calles de las ciudades. Y luego en la época antigua chinos y árabes apreciaron sus propiedades para quemarlo en lámparas de aceite, impermeabilizar barcos, como elemento de construcción o para remedios y productos cosméticos. Pero los primeros pozos de petróleo digamos “modernos” no aparecieron hasta la primera mitad del siglo XIX, ante todo en Baku (Azerbaijan), aunque enseguida también en Polonia o en Rumanía. En EEUU la industria del petróleo arrancó en Titusville, Pennsylvania y fue aquí, en la costa este de Norteamérica, donde arraigó con más fuerza y para 1863 ya se contaban más de 300 refinerías.
En los primeros años, el limitado conocimiento que los químicos tuvieron de este nuevo producto trajo múltiples dificultades. Para empezar, el petróleo vino de muchos yacimientos pequeños, cada uno con diferentes calidades, lo que hacía la vida imposible a las refinerías, que con cada cambio tenían que recalibrar las instalaciones. Y ya fuera en Baku o en Pennsylvania, ahí donde se descubría petróleo enseguida afloraban los problemas medioambientales. A menudo los pozos escupían petróleo durante días antes de que se pudiera darle una salida controlada, esparciéndose el negro líquido por valles y acuíferos.
Luego el crudo era almacenado y transportado en carros de caballos por “carreteras” entre comillas o por ferrocarril en barriles de madera o precarios oleoductos y los derrames eran muy frecuentes. Como también lo fueron los incendios y las explosiones. Y todo esto se tradujo en fluctuaciones extremas de los precios. Pero a pesar de los problemas se desató una auténtica fiebre del petróleo, que resultó ser un negocio adictivo: fueron muchos los que se arruinaron con él pero muchos también los que se enriquecieron. Aunque nadie como John D. Rockefeller.
La Standard Oil
Símbolo durante décadas del capitalista sin escrúpulos, Rockefeller comenzó su carrera haciendo de intermediario en la compraventa de mercancías durante la Guerra Civil americana. Y luego cofinanciando la construcción de una refinería de petróleo en Cleveland. En los siguientes años, Rockefeller compraría muchas otras refinerías para luego invertir en la distribución, sin descuidar la expansión internacional, con filiales por todo el mundo. Con todo, en 1870 Rockefeller fundaba la Standard Oil, que pronto se convertiría en el que para muchos fue el primer, único y verdadero gran monopolio que ha habido en la historia, llegando a controlar hasta el 90% del refino en EEUU y (atención…) el 70% del mercado mundial de keroseno para iluminación. Como diría el mismo Rockefeller, “La competencia es un pecado, por eso procedemos a eliminarla”. Más claro, el agua.
A finales del siglo XIX la mayor parte del petróleo se usaba como keroseno de iluminación. El resto del crudo se componía de gases, lubricantes y asfalto. Ah, y una gasolina ligera que en aquella época se consideraba un residuo que se vendía sobre todo como disolvente para quitar manchas, vendiéndose en droguerías y farmacias. Pero la demanda de quitamanchas era limitada, así que la mayoría de esta gasolina ligera acababa tirándose – literalmente. Pero a finales del siglo XIX la electrificación avanzaba a paso de gigante y Rockefeller se dio cuenta enseguida de que pronto la demanda de keroseno para iluminación comenzaría a caer en picado. Hogares, fábricas y calles se iluminarían con bombillas incandescentes. El petróleo vería eliminada su principal aplicación.
Así que viendo peligrar su principal fuente de ingresos, la Rockefeller envió a sus comerciales a buscar nuevas aplicaciones. Y donde vieron más futuro fue en los nuevos motores de combustión interna. Estos funcionaban aún con una variedad de combustibles que iban desde el gas licuado del petróleo al aguarrás o el metano (gas natural), pasando por alcoholes de origen vegetal como el etanol, el aceite de carbón – o la mencionada gasolina ligera. Así que cuando Henry Ford probó su primer coche o cuando los hermanos Wright volaron por primera vez su avión, se cuenta que ahí estuvieron los comerciales de la Standard Oil. Y parece que hicieron bien su trabajo: hacia 1910 ya cambió la historia y las ventas de gasolina ligera superaron a las de keroseno de iluminación.
Consolidación de la gasolina
Esta primera gasolina ligera funcionaba bien en los primeros carburadores de vaporización, en los que el aire se mezclaba con los vapores de la gasolina. Pero este sistema generaba tremendas ineficiencias, olores y contaminación ya que por su volatilidad buena parte de la gasolina evaporada se perdía a la atmósfera y era muy peligrosa de manejar. La solución llegó con el carburador de pulverización patentado por Wilhelm Maybach, en el que la gasolina no se evaporaba sino que se pulverizaba. Estos carburadores estaban pensados para la llamada gasolina media, que es básicamente la que usamos hoy en día. Esta gasolina estaba compuesta por un rango de moléculas más amplio, por lo que se aprovechaba una parte mayor del petróleo; además era menos volátil, tenía una mayor concentración de energía y era más barata de producir, con lo que acabó imponiéndose.
Mientras tanto, en 1911 culminaron los centenares de acciones legales que se habían ido acumulando contra el monopolio de la Standard Oil. Y es que prácticamente desde el principio de su existencia se habían multiplicado las denuncias y las acciones legales contra sus gestores por recurrir a todo tipo de artimañas imaginables para prevalecer sobre la competencia. Aquí hablamos de manipular los costes del petróleo, así como del transporte y almacenaje para perjudicar a otras empresas refineras, todo con el fin último de presionarles para que vendieran sus instalaciones a Rockefeller.
También se habla de todo tipo de prácticas mafiosas, incluyendo la extorsión y en algunos casos el uso de la violencia física. Así que por fin, tras años de litigios, el Tribunal Superior de Justicia de Estados Unidos obligó a la corporación a dividirse en varias compañías. El mismo Theodore Roosevelt, presidente del país durante los juicios y las comisiones estatales, lo escribiría en su autobiografía. La Standard Oil había “sido culpable de prácticas inmorales y antisociales”. Y había “ganado su posición por métodos injustos y por interferencia con los derechos de otros, por prácticas desmoralizadoras y corruptas, en resumen, por pura bajeza y malas acciones”.
Pero lejos de verse perjudicadas, tras la división, las 34 compañías resultantes siguieron funcionando espléndidamente, repartiéndose el mercado americano por regiones para no pisarse los pies. Y algunas de ellas serían el germen de marcas que conocemos bien hoy en día. Así por ejemplo la Standard Oil of California se convertiría en Chevron, la Standard Oil of New Jersey sería Esso (“ess-o”, las iniciales de Standard Oil) o la Standard Oil of New York se convertiría en Mobil. Además, enseguida llegó la Primera Guerra Mundial durante la cual el petróleo jugaría un papel fundamental, lo que llevó a los gobiernos a reconciliarse con las petroleras. Como dijo Lord Curzon, miembro del Gabinete de Guerra de Gran Bretaña: “La causa aliada ha flotado hacia la victoria sobre una ola de gasolina”. Desde estos años la historia de la gasolina también será la de la lucha por su control.
Latas, bidones y gasolineras
Lo que sí logró la separación de la Standard Oil fue generar cierta competencia en el sector de la distribución de gasolina, al menos en EEUU. Al principio los conductores pioneros pudieron conseguirla en establecimientos de índole muy variada, sobre todo lógicamente en los comercios que venían dispensando el keroseno de iluminación o la gasolina quitamanchas. Se trataba de droguerías, ferreterías o farmacias y luego también en herrerías, cerrajerías, talleres mecánicos, tiendas de bicicletas y hasta en hoteles y casas de hospedaje.
En general, el establecimiento de turno disponía de un barril de cincuenta galones (189 litros) a partir del cual se llenaban los envases más pequeños, que solían llevar los propios clientes. Eso sí, como ya hemos visto, aquella primera gasolina ligera se evaporaba con gran facilidad. Por esto el continuo trasvase de gasolina hizo que los accidentes en forma de intoxicación por inhalación, incendios y explosiones no fueran nada raros. Esto hizo que surgieran las primeras normas para el manejo de combustibles y que progresivamente el comercio quedara en manos de empresas especializadas.
Durante los primeros años la gasolina se vendió en latas, que en EEUU fueron sobre todo de cinco galones, unos veinte litros. Pero ya en 1905 y con unos 25.000 automóviles circulando por el país, Sylvanus Freelove Bowser desarrolló la primera «bomba de almacenamiento de gasolina con medición automática» que tomaba la gasolina desde el mencionado barril y más tarde a partir de tanques enterrados bajo la calzada o la acera. A través de una manguera el producto llegaba al automóvil, que para repostar se paraba sin más en medio de la calle frente al establecimiento de turno.
Aunque con los años esto dejó de ser práctico, lo que unido a la necesidad de mejorar las condiciones de seguridad del repostaje hizo que nacieran las primeras gasolineras en ubicaciones específicas y dedicadas únicamente a tal fin. En general se acepta que la primera gasolinera moderna fue la que desde 1913 vendió “Good Gulf Gasoline” en Pittsburg. En 1917 la Standard Oil of Indiana dejaba prácticamente definido el esquema general de una “gran gasolinera” como se las llamaba entonces, para diferenciarlas de las de las aceras: con su tejado, caseta para pagar y columna con los precios.
Y en Europa ¿qué?
En Europa la historia de la gasolina siempre fue un poco a remolque de EEUU. Su distribución también se comenzó a realizar desde pequeños establecimientos de conveniencia en latas de cinco litros selladas para asegurar que se pagaban los impuestos correspondientes, aunque esto no era garantía de seriedad. Como escribía en 1904 el pionero Ernest Archdeacon: “…las pequeñas latas selladas entregadas por los minoristas nunca contienen la cantidad de gasolina anunciada. En todas las marcas en las que he tomado medidas, siempre he encontrado una diferencia de entre el 10% y el 15% en detrimento del conductor”. Las bombas de gasolina (importadas de América) sólo se comenzaron a ver una vez superada la posguerra, sobre todo las Bowser, aunque también de otras marcas, como las Gilbert & Barker.
También gran parte de la gasolina que se vendía en Europa en la época fue americana, sobre todo la de la Standard Oil. En Francia, por ejemplo, la Standard Oil of New Jersey (la futura ESSO France) suministraba a principios de los años 20 hasta un 65% de la gasolina a través de la compañía L’Economique. En Alemania fue muy activa en la época la Deutsch-Amerikanische Petroleum-Gesellschaft, la futura ESSO de Alemania. Aunque aquí sí encontramos algunas nacionales como ARAL y OLEX.
Eso sí, hay que decir que en Alemania las primeras gasolineras fueron las urbanas de la petrolera OLEX de 1922. Habría que esperar al final de la década para repostar directamente en una “gran gasolinera” con sus rampas de entrada y de salida “como hacían los americanos”. Las excepciones en Europa en cuanto al suministro de petróleo fueron primero Polonia y Rumanía, que contaban con una industria propia. Y luego Holanda (donde la Royal Dutch refinaba el crudo de la futura Indonesia) e Inglaterra, que contaba con la Shell (crudo de Bakú) y la Anglo-Iranian Oil Co. Ltd., la futura BP y su crudo de Irán.
Mientras tanto, en España…
Por su parte, España era un mercado muy limitado. En 1900 se había matriculado el primer automóvil en España, concretamente un Clement en Palma de Mallorca. Pero hasta los años 20 el parque automovilístico no superó los 3.000 automóviles y a finales de la década apenas llegaba a los 100.000. Aquí también a mediados de los años 20 la Standard Oil dominaba la mitad del mercado a través de la Vacuum Oil. Aunque probablemente los primeros surtidores en España fueron instalados en Canarias por la empresa Surtidora de Gasolina Uribe S.A., que distribuía producto de Shell, que abastecía un tercio del mercado. Completaba el panorama una empresa española, Petróleos Porto Pi, que tenía la exclusiva de venta de petróleo ruso en España, Portugal y Marruecos.
En 1927 se pondría fin al libre mercado de la gasolina en España con la Ley de Monopolio de Petróleos promovida por Calvo Sotelo, Ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera. A partir de este momento el Estado se arrogó los derechos de la distribución de hidrocarburos y ninguna empresa privada podría poner una gasolinera, lo que condicionaría la historia de la gasolina en el país durante décadas. Eso sí, España sólo contaba con la refinería de Cepsa en Tenerife, por lo que el 80% de la gasolina que necesitaba el país seguiría importándose, sobre todo de EEUU. Para entonces había en España unos 3.000 postes fijos o móviles de gasolina, mientras que Francia contaba ya con unos 20.000.
Conclusión
Mientras tanto, en EEUU el desarrollo no paraba y a mediados de los años 20 las gasolineras se fueron transformando en estaciones de servicio. Cuando el automóvil llegaba a la estación de servicio, se ofrecía al conductor servirle gasolina y agua, comprobar el nivel de aceite, limpiar el parabrisas, comprobar la limpieza del parabrisas y las luces y echar un vistazo a los neumáticos o si se quedaba un poco más, el motor recibía un engrase completo.
Por otro lado, los surtidores también evolucionan, en 1918 encontramos el primer surtidor en el que se puede visualizar el producto que se va a repostar, gracias a un cilindro de vidrio en el que se carga la gasolina desde el tanque principal. Pocos años más tarde este cilindro sería reemplazado por un característico medidor con forma de reloj. Pero en los laboratorios de General Motors alguien estaba a punto de dar al mundo un regalo literalmente envenenado. Con él la historia de la gasolina dará un giro inesperado…
DH