El mercado de los coches clásicos es caprichoso como todos pero con un poco de psicología e intuición podemos identificar algunas tendencias y pautas…
Un comerciante sostiene en su mano un paño que envuelve algo pequeño, del tamaño de una mandarina. Zijn 6.000 gulden zoals afgesproken, mijn heer… estoooo… son 6.000 florines según lo convenido, mi señor. Sin pestañear, la otra persona le tiende gustosa la bolsa de monedas de oro que contiene cuarenta veces el salario medio anual y se lleva a su casa con orgullo su… bulbo de tulipán. Estamos en enero de 1636, el precio de los bulbos está por las nubes y media Holanda se ha puesto a cultivarlos, pero en un par de semanas y de un día para otro de repente nadie querrá comprarlos, los precios bajarán al subsuelo y la entera economía de los Países Bajos se irá a la quiebra. ¿Alguien ve ya algún paralelismo con el mercado de los coches clásicos?
Ésta es la primera gran burbuja económica de la que se tiene noticia: una brutal y absurda subida de precios seguida de una súbita caída. Ejemplos posteriores los hay en abundancia: el oro en los años ’70, las acciones de las empresas “puntocom” a finales de los ’90 o la construcción en los años 2000. El mercado global de los coches clásicos es relativamente joven comparado con el del oro o la bolsa. Se comenzó a popularizar entre los años 60 y 70 aproximadamente y desde entonces sus índices de precios se han disparado ya en dos ocasiones.
La oferta
Cada vez hay menos coches de un modelo determinado. Es así. En otros mercados la oferta oscila según determinados factores. La disponibilidad de melocotones depende cada verano de la cosecha que a su vez depende del tiempo. La oferta de oro o de acciones de Bolsa también sube y baja. Es así con casi todos los bienes y servicios pero cuando se habla de coches clásicos (o de cosas clásicas o de colección) la oferta siempre tiende a menguar – hasta un cierto punto, como veremos más adelante.
Y ¿por qué esto es así? Bueno, primero están los agentes atmosféricos, sobre todo la humedad, que ataca las carrocerías que no están protegidas contra la corrosión. El óxido se comió casi todos los clásicos hasta los primeros ochenta. Luego están las tendencias y las modas, casi todos los modelos llegados a los 5-10 años se convierten en coches viejos que (casi) nadie quiere. Y hasta que no cumplan 30 o 40 años y la demanda sobrepase a la oferta, los precios seguirán bajos y los coches seguirán acabando en los desguaces.
Sólo transcurridas entre dos y tres décadas la mayoría de modelos comienzan a atraer la atención de aficionados y coleccionistas. Esos coches ya tienen alcurnia, ese no sé qué de las cosas viejas. Pero claro, para entonces han sobrevivido un número limitado de unidades. Será entonces cuando los precios empezarán a subir, pero antes de entrar en la dinámica del mercado, veamos primero la parte de la demanda.
La demanda
¿Quién y por qué compra coches clásicos? Echad un vistazo en ferias y subastas y contad los tipos entre 50 y 70 años con poco pelo e incipiente barriga que veáis dando vueltas alrededor o asomándose por la ventanilla de ciertos coches. Es probable que estén admirando uno de sus sueños de juventud porque, nos gusten los coches o no, de niños y adolescentes nos vemos impactados por ellos. Ya sea viajando en el de nuestros padres, viéndolos circular o porque lo tenía el vecino de enfrente.
Y si quedamos contagiados por el virus de los coches, al llegar a la madurez y disponer de unos ahorrillos, tiraremos de ellos para cumplir ese sueño de juventud. Para darnos el capricho de comprar aquél coche que conducía el vecino o que vimos un día por la calle. Luego, unos años más tarde, ya jubilados, dispondremos de mucho tiempo libre para cuidarlo, mantenerlo y pasearnos con él. Con esto ya tenemos a toda una generación lanzándose al mercado de los coches que se vendían cuando eran adolescentes, creando una fuerte demanda que hará que los precios se disparen.
Luego, pasados unos años, la generación de entusiastas pasa de los setenta, ya no pueden sentarse en su clásico. Tienen lumbago, artrosis o deben ir al baño cada cinco minutos (no os riais que todo llega), con lo que van perdiendo interés. Primero dejan de comprar coches y luego desmantelan la colección. Y la gran oferta hará que los precios como mínimo se suavicen o, si coincide con el pinchazo de la burbuja, bajen mucho. Con una excepción: los de los más exclusivos se quedará arriba, considerados ya para siempre como obras de arte. Y éstas están sujetas a sus propias leyes – pensemos aquí en un Bugatti Royale o un Ferrari 250 GTO.
Por supuesto, como toda teoría del comportamiento de masas, este razonamiento hay que cogerlo con pinzas. Aunque hablando muy en general tiene sentido que personas que han crecido durante cierta época y vivido algo tan impactante como una guerra (o una posguerra) compartan una visión del mundo determinada. Además, no debemos olvidar el impacto que tiene sobre el mercado de los clásicos la crisis de la mediana edad.
Acaso debemos preguntarnos qué hará la generación de los milennials, es decir, los nacidos a partir de finales de los ’80. En general (siempre hay excepciones) es un hecho que para esta generación los coches han perdido parte del encanto y la magia que tenían antaño. Aunque quizás no debamos preocuparnos demasiado: igual que sigue habiendo entusiastas de los caballos, es probable que la pasión por los coches clásicos siempre siga viva. Siempre quedarán chiflados como nosotros dispuestos a alimentarla.
Las burbujas
A principios de los ’90 vimos pinchar la primera burbuja automovilística, en aquella ocasión alimentada por el mercado inmobiliario japonés y luego pinchada cuando éste se vino abajo. Y siempre empieza de la misma manera…
Se comienza con un grupo de gente con mucho cash y ganas de gastarlo que empieza a calentar el mercado de gama muy alta. Los agentes del mercado (casas de subastas, compra-ventas…) lo calientan más aún, surgen hasta programas de TV y los coches clásicos se ponen de moda. Y ya tenemos los precios subiendo también en las gamas medias debido a la gran demanda y la oferta limitada.
Los modelos y marcas afectados coinciden cada vez con la madurez de los que los vivieron de jóvenes. En los años ’70 y primeros ’80, cuando los precios de joyas de preguerra como los Bugatti, Duesenberg y Maybach subieron como la espuma con la madurez de la llamada “generación silenciosa” que creció en los años ’30 soñando con ellos. Seguidamente, a finales de los ’80 y en los ’90 llegó la fiebre de los clásicos de los ’50 y primeros ’60 – sobre todo Ferrari y gigantes americanos, Roadmasters, Thunderbirds y compañía, por cortesía de la generación del “baby boom”.
Y más recientemente asistimos a la fiebre de los Muscle Cars y demás deportivos de los ’70 y primeros ’80, especialmente el Porsche 911, una vez que los adolescentes de entonces han empezado a entrar en la cincuentena. Pero independientemente del momento y los modelos afectados, una vez puesta en marcha la espiral de precios siempre se unen aquellos que quieren sacar tajada: en este caso, cualquiera que tenga un Porsche 911 o un Jaguar E-Type y vea que puede obtener un jugoso beneficio – aunque no pensemos tan sólo en coches de alto nivel, todos hemos visto algún Seat 600 anunciado a 15.000 Euros.
Al mismo tiempo y a la vista de los beneficios, entran al mercado actores totalmente ajenos al mismo. Aquí llegan… son ellos, ¡los inversores y los especuladores! Efectivamente, al detectar un sector en el que los precios suben como la espuma, los más espabilados deciden comprar coches clásicos aún sin tener ningún vínculo con ellos: más gasolina para el fuego… que seguirá encendido hasta que el mercado se sature, los petrodólares ya no fluyan, la economía china se enfríe y poco a poco vuelva la cordura.
Epílogo
Incluso cuando se ve venir el pinchazo de la burbuja, aún se argumenta que “los precios de los bulbos/el oro/los pisos/los coches clásicos nunca han bajado” o “esta vez es diferente” pero nunca lo es. Y es que se ve que cuando uno tiene el capricho y está metido en la dichosa espiral no se para a pensar. Y menos tratándose del mercado de los coches clásicos, que enamoran locamente.
DH
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