Por qué la historia del automóvil siempre ha sido casi exclusiva de los hombres y las mujeres sólo destacaron en contadas excepciones…
Tarde o temprano en una publicación del motor llega el momento de escribir un artículo sobre la mujer en la historia del automóvil. Lamentablemente, la historia del automóvil la cuentan muchos hombre brillantes y muy pocas mujeres. Y eso que acaso la más destacada estuvo involucrada en la creación misma del primer automóvil…
Hablamos de Bertha Benz, claro. Mujer aguerrida donde las haya, al ver cómo su marido Carl andaba cada día más deprimido sin poder vender su invento, ni corta ni perezosa un día en 1888 decidió emprender un viaje de 100 kilómetros con el objetivo de demostrar al público las posibilidades comerciales del vehículo. A partir de ahí empezaron a llegar los pedidos, pero es que Bertha era la principal interesada en el éxito comercial del proyecto… toda la financiación había corrido a su cargo y suyas debían haber sido también por tanto las patentes, pero en esta época una mujer casada tenía prohibido solicitarlas. Tienes la historia aquí.
Un poco más tarde, en 1898, Anne de Rochechouart de Mortemart se convertía en la primera mujer con permiso de conducir en Europa y en 1900 Anne Rainsford French Bush hacía lo propio en Estados Unidos.
En 1909 la también americana Alice Ramsey cruzaba EEUU a lo largo de 3.800 millas de caminos sin asfaltar, cambiando neumáticos y limpiando bujías y en 1927 la alemana Clärenore Stinnes era la primera mujer en dar la vuelta al mundo en coche.
Sí, la historia de Bertha y de otras pioneras auguró un importante papel de la mujer en el desarrollo y la convivencia con los automóviles, pero fue un espejismo: el coche ha sido un símbolo de libertad para ellos pero no para ellas, que durante décadas han tenido que soportar los chistes acerca de su presunta falta de pericia al volante y otras lindezas. Sirva este artículo pues para indagar un poco en las razones y de paso como pequeño homenaje para todas.
Saben aquel que dice…
Al principio de la motorización, cuando sólo la alta burguesía y la aristocracia se pudieron permitir tener un coche, es hasta cierto punto comprensible que pocas de aquellas “damas de la sociedad” se involucraran en el manejo y mantenimiento de los automóviles. Las mujeres eran consideradas frágiles para conducir y las pocas que se atrevían eran vistas como demasiado masculinas. Y efectivamente, complicados de manejar y requiriendo de fuerza para operar el volante, los frenos o la manivela de arranque, ni siquiera muchos de sus maridos se rebajaron a semejantes tareas, dejándolas a fornidos chóferes.
Lo que no es comprensible es que el hombre se adueñara como quien dice del automóvil en detrimento de la mujer cuando su uso se popularizó entre las clases medias a lo largo de la historia. Aunque quizás tampoco debería sorprendernos tanto: las mujeres estuvieron excluidas y marginadas de muchas actividades en las primeras décadas del siglo XX, especialmente las relacionadas con las nuevas tecnologías. A no ser que tuvieran que ver con el cuidado de la casa y los niños. Algo que no debería extrañarnos si recordamos que hasta 1918 las mujeres no pudieron votar en Alemania y tuvieron que esperar hasta 1931 en España o mediados de los 40 en Francia, Argentina o México.
Y eso que en este caso la legislación fue por delante porque en lo cotidiano perduraron en el tiempo los tópicos… El hombre racional preparado para entender mecanismos frente a la mujer emocional a la que sólo interesa ir de compras, incapaz de conducir, aparcar o reparar automóviles.
A lo largo del siglo XX esta “típica mujer” fue un blanco fácil para comediantes y dibujantes, que nos han transmitido esta imagen de las mujeres provocando accidentes, protestando desde el asiento del acompañante o rozando siempre la columna al aparcar, interesadas únicamente en que el color del coche haga contraste con el de su lápiz de labios o su falda preferida. Contando siempre con la complicidad del público.
Y no importaba que muchos hombres fueran unos negados en mecánica y tuvieran nulo interés en los coches. Para este tipo de hombres quedaban las alusiones a su masculinidad o más bien la presunta falta de ella.
Otra circunstancia curiosa que ha influido seguramente en el reparto de géneros respecto a los coches es la identidad que damos a los mismos, de manera que a menudo se establecen analogías entre la belleza y sensualidad de sus curvas con la fisionomía femenina. A lo que podríamos añadir que en los países anglosajones, Italia o Francia se refieren al coche en femenino, con las asociaciones que nuevamente ello implica.
Luego están el cine y sobre todo la publicidad que, como en tantas facetas de la vida, ha tenido una contribución decisiva a la hora de crear y dar persistencia a los prejuicios. Los primeros anuncios de coches proclamando que “incluso una mujer puede conducirlo” vienen de los primeros años del siglo XX. De hecho, antes siquiera de que el motor de gasolina se impusiera, se extendió la creencia de que las mujeres sólo conducían coches eléctricos
Así durante décadas, la publicidad no ha hecho sino reforzar la idea de la mujer débil y manazas. Aunque por otro lado su imagen, mejor con poca ropa, era (y es, aunque cada vez menos) usada para vender coches y sus accesorios. O simplemente de adorno, como en las ferias del automóvil o en las carreras.
Mujer al volante…
Particularmente discriminatorio ha sido el mundo de las carreras. De nuevo, los comienzos fueron prometedores, de la mano de pioneras como Genevra Delphine Mudge, probablemente la primera americana en correr en un automóvil, Madame Labrousse, la primera mujer de la historia en pilotar un automóvil de carreras, o la británica Dorothy Elizabeth Levitt, escritora de automoción, periodista activista y piloto de carreras de principios de siglo .
Un poco más tarde nos encontramos con Camille du Gast, a la sazón (cojan aire…) aeronauta de globo, paracaidista, esgrimista, toboganista, esquiadora, tiradora con pistola y rifle, entrenadora de caballos, concertista de piano y cantante – y la segunda mujer en competir en una carrera automovilística internacional. Durante los años 20 hay que mencionar a la mítica Hellé Nice, todo un ejemplo de coraje y ganas de vivir, bailarina, esquiadora y piloto de carreras en el equipo de Ettore Bugatti, o la checoslovaca Elisabeth Junek, la primera piloto profesional de Grand Prix.
Avanzamos en el tiempo y en los años 50 ya nos encontramos con el director del GP de Francia de 1958, quien al saber que María Teresa de Filippis quería participar en la prueba espetó: “El único casco que le vale a una mujer es el de la peluquería”. Pero de Filippis no se arredró y ese año sería la primera mujer en pilotar un coche de F1.
Y cómo olvidarnos aquí de Pat Moss, tremenda y exitosa piloto, quien como su hermano Stirling y su marido, el mítico Erik Carlsson, llevaba los rallies en la sangre. O de la francesa Michele Mouton, que compitió en el campeonato del mundo de rally entre 1974 y 1986, llegando en el cenit de su carrera a conducir los brutales Audi Quattro de Grupo B. La lista sigue, con pilotos como Fabrizia Pons, Lella Lombardi, la malograda María de Villota, Denise McCluggage, Sabine Schmitz, Jutta Kleinschmidt, Lyn St. James…
Pero siendo realistas, a lo largo de la historia en los circuitos la mujer ha estado infinitamente más presente luciendo palmito antes y después de las carreras que al volante de un automóvil. Y no por falta de capacidad, como atestiguan las ya mencionadas y muchas otras.
El mundo corporativo
Echemos ahora un vistazo al mundo empresarial. Un ejemplo claro de cómo la historia la escriben los vencedores (en este caso los hombres) lo tenemos en los orígenes de la marca Opel. Mucho hemos oido hablar de Adam Opel, hasta el punto que actualmente un modelo de la marca lleva su nombre de pila. Pero en realidad Adam nunca mostró interés por el automóvil sino que fue su mujer Sophie Opel quien se embarcó en la producción de automóviles en 1899, cuatro años después del fallecimiento de su marido.
La ingeniería automovilística y el diseño también han sido terreno eminentemente masculino, con las manidas excepciones que salen en las listas de mujeres que han hecho grandes contribuciones al desarrollo del coche. Como Margaret A. Wilcox, una de las pocas ingenieras mecánicas del siglo XIX, quien en 1893 logró patentar un sistema para desviar el calor del motor a la zona de los pies de los pasajeros, creando la base para los sistemas de calefacción modernos.
O la americana Mary Anderson y su limpia parabrisas, muy parecido a los que usamos actualmente, aunque aún accionado a mano. Precisamente otra mujer, la americana Charlotte Bridgwood, perfeccionaría el invento en 1917 creando el primer limpia parabrisas electrónico.
También en los primeros años del siglo XX, Margaret E. Knight, inventó entre otras cosas varios componentes para motores rotativos y en 1913 la actriz Florence Lawrence patentó su brazo para señalizar, que al presionar un botón se elevaba a uno u otro lado del coche para indicar la intención de su conductor o conductora de cambiar de dirección y un sistema casi idéntico para señalizar la parada. A la doctora en física Katharine Blodgett debemos la invención del cristal no reflectance, usado desde su invención en 1935 en cámaras y pantallas de todo tipo y en los parabrisas de los automóviles.
Años más tarde, podríamos mencionar a las (en su día) llamadas “Damiselas del diseño” de General Motors en los años 50. Como Suzanne Vanderbilt, quien destacó por varias invenciones como los cinturones retráctiles, llegó a ser ingeniero jefe en Chevrolet y registró tres patentes. Y su colega de origen alemán Helene Rother, quien también trabajó en el diseño de interiores de GM y fue la primera mujer en dar un discurso ante la Society of Automotive Engineers en 1951.
Pero habrá que esperar a 1990 para que Elisabeth Bougis se convierta en la primera mujer encargada de liderar de principio a fin un proyecto de diseño, fabricación, lanzamiento y venta de un coche, concretamente del Renault Twingo.
Aunque algo se ha progresado en las plantas nobles del sector de la automoción, como atestiguan Mary Barra, desde 2012 presidenta de General Motors, o Linda Jackson, la actual directora general mundial de Citroën.
El color rosa
Y por fin, tras más de cien años de historia del automóvil finalmente (ojo, ironía) se descubrió el misterio de cómo sería un coche diseñado totalmente por una mujer. La solución vino en 2001 de la mano de Volvo, que encargó a un grupo de mujeres que desarrollaran un prototipo. La respuesta llegó en forma de un musculoso deportivo y es que resultó que las mujeres querían de un coche lo mismo que los hombres. Aunque eso sí, con algunas características adicionales como mejor visibilidad, almacenamiento práctico y asistencia al aparcamiento, que por cierto hoy en día se han ido convirtiendo en equipo estándar en muchos modelos.
El caso es que, según cuentan, la pregunta más frecuente que recibió el equipo de mujeres de Volvo, fue si el vehículo que estaban diseñando iba a ser rosa. Lo cual nos retrotrae cincuenta años, al Dodge La Femme de 1955, la versión femenina del Dodge Custom Royal Lancer, que se ofrecía en “rosa brezo” con la tapicería en “rosa pálido”.
Y una lista de accesorios que hoy en día (algo hemos progresado) es simplemente hilarante: una gabardina rosa con bolso y pinta labios a juego. Aunque hay que decir que el La Femme se vendió poco y ni siquiera un nuevo color “rosa púrpura de reina” evitó que el modelo fuera un fracaso.
Pero al parecer, esta obsesión por las mujeres y el rosa entró con fuerza incluso en el siglo XXI. Al igual que otras actitudes llenas de prejuicios… En la misma época, al otro lado del Atlántico, para profundizar en los misterios de la psique femenina, en General Motors (una empresa eminentemente masculina) alguien ideó un plan llamado “Mister mami”. La ocurrencia consistió en pedir a 100 ingenieros que durante un día llevaran tacones, falda y uñas postizas y completaran ciertas tareas mientras llevaban un bolso y un carrito de bebé…
Conclusión
Cuentan que siendo aún una jovencita, Bertha Benz andaba un día curioseando en el despacho de su padre cuando hojeando el diario de la familia, descubrió una frase que le llamó la atención: “Lamentablemente, una chica más”. La frase la había escrito su padre el día en que nació la propia Bertha. Y cuenta la leyenda que así surgió su determinación por demostrar al mundo de qué son capaces las mujeres.
Hoy en día, siglo y medio después, todavía queda camino por recorrer en esta historia de la mujer y el automóvil pero multitud de mujeres diseñan, arreglan y pilotan automóviles, lideran grandes grupos empresariales o simplemente disfrutan de esta sana afición. Ole.
DH
Para saber más sobre la historia de la mujer y el automóvil: